Director, actor, fotógrafo y coleccionista de arte, Dennis Hopper falleció el pasado sábado a los 74 años. Actor gigante de naturaleza rebelde que renació de sus cenizas tras años de excesos y de ascender a los cielos de Hollywood con su obra magna, Easy rider (1969) (en España, "Buscando mi destino").
El pasado marzo hacía su última aparición pública en el Hollywood Walk of Fame, para inaugurar la estrella que lleva su nombre. "Vosotros me disteis una vida que jamás hubiera podido tener siendo un chaval de Dodge City, Kansas", dijo frente a cientos de admiradores durante aquella última aparición estelar, donde llegó acompañado de algunos de sus amigos más fieles, como Jack Nicholson, al que dirigió en Easy rider, la película con la que el espíritu rebelde de la contracultura de finales de los años sesenta quedó finalmente tatuada sobre el celuloide. "Nadie se había visto a sí mismo en las películas hasta entonces. La gente fumaba porros y tomaba LSD por todo el país, pero en el cine seguían viendo a Doris Day y a Rock Hudson", dijo Hopper de aquel filme, con el que se llevó el premio al mejor director novel en el Festival de Cannes en 1969.
Sus primeros pasos como actor los había dado junto a James Dean en Gigante y Rebelde sin causa a mediados de los cincuenta. "Me consideraba el mejor actor del mundo hasta que vi actuar a Dean", dijo de él años después de su muerte, algo que calificó como "una de las tragedias de mi vida". Pero sin duda Hopper vivió muchas más.
Tras un famoso choque con el director Henry Hathaway, recibió la proverbial condena: "Nunca llegarás a nada en esta ciudad". En un negocio controlado por media docena de empresas, aquella maldición tenía peso. Dennis emigró a Nueva York y sobrevivió en la televisión, un medio entonces despreciado por los actores. Si añadimos que se especializó en papeles de western, parecía un candidato al cementerio de los elefantes de la serie B. Excepto que Hopper era un hipster: estaba en la onda, paladeaba las modernidades y supo entender la enormidad de los cambios sociales provocados por la píldora, las drogas y la guerra del Vietnam.
Tras aliarse con otra bala perdida, Peter Fonda, dirigió Easy rider, la película esencial de la contracultura estadounidense, un proyecto personal de un principiante Dennis Hopper a partir de una idea de Fonda. Actor, director y guionista, la película tenía un coste inferior a los 500.000 dólares aunque luego fue un verdadero éxito de taquilla. Era un retrato ácido y excitante de la América del 69, donde se combinaba sexo, drogas y rock al mismo tiempo que se reflejaba un país histérico y desfasado, repleto de contradicciones, en cuyos márgenes (carreteras sin rumbo, lugares de paso, salas de conciertos) latía una contracultura enfrentada al poder corrupto y vicioso, diferenciada de la sociedad dominante por su capacidad crítica y su aire de cambio y evolución.
Y es que toda la juventud se reconoció por fin en aquella 'road movie' . "El impacto de Easy rider, sobre los cineastas y sobre la industria fue sísmico", escribió el periodista Peter Biskind en 1998 en su libro "Moteros tranquilos toros salvajes. La generación que cambió Hollywood" (libro que recomiendo encarecidamente a todos los amantes del cine). El triunvirato protagonista, que también incluía a Peter Fonda y un desconocido Jack Nicholson, renegaba de Hollywood. "Para ellos aquella película fue la demostración de que podías batir a la industria en su propio terreno, podías drogarte, expresarte y además, ganar dinero".
Su enorme éxito certificó la defunción del viejo Hollywood, obligando a los estudios a la sumisión hacia un público juvenil con su visión del género, con lo que ayudó a introducir a la generación del “Nuevo Hollywood”, formada entre otros por George Lucas, Martin Scorsese y Steven Spielberg, en la industria cinematográfica.
Millones de espectadores se identificaron con la odisea de aquellos motoristas, que se lanzaban a "buscar América" y encontraban la muerte.
La dramatización del conflicto social entre los pelilargos y los estadounidenses conformistas no fue del gusto de alguna de las luminarias de la década de los sesenta: Bob Dylan insistió para que el final ofreciera esperanza y no confrontación.
Easy rider, tenía, aparte de la audaz fotografía de Laszlo Kovacs, una banda sonora auténtica: música del momento, en vez de los esfuerzos de algún compositor profesional para acercarse a los ritmos cool. El tema central de la película es Born to be wild de Steppenwolf. Una canción como un relámpago en plena tormenta, que huele a asfalto y gasolina, pura cilindrada para la carretera. Otros grupos importantes participaron en la película, cediendo sus derechos como los Byrds, Jimi Hendrix, Jefferson Airplane o los Who.
La trama es bien simple: Dennis Hooper Hopper y Peter Fonda, dos calaveras, dos desheredados de los años dorados, acaban de sacarse una buena pasta al engañar a un traficante de droga y no tienen más aspiración que cruzar Estados Unidos con sus choppers y llegar al carnaval de Nueva Orleans (Mardi Grass). Y, entre tanto, carretera, paisajes legendarios de EE.UU, LSD, personajes estrambóticos y mucho rock.
Para esta legendaria cinta, de alguna manera, Hopper venía influenciado por películas como las mencionadas Rebelde sin causa, Gigante o Salvaje. Fue el western de la contracultura. Sus dos protagonistas se llaman Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper), nombres que aluden a los míticos personajes del oeste Wyatt Earp y Billy The Kid, y, como ellos, son dos outlaws (”fuera de la ley”) vagando por el desierto. En vez de caballos llevan sus motocicletas con la bandera de EE.UU. pintada en el depósito de la gasolina. Pocos iconos se pueden comparar a esa imagen.
El subtexto de la peli parecía establecer diferencias morales entre las drogas, criterios entonces vigentes en el mundo hippy californiano. Nada que oponer a la marihuana o el LSD pero ojo con la cocaína: los protagonistas financiaban su viaje con una partida de coca, adquirida por -ay, ay- el productor más célebre de los 60, Phil Spector (actualmente en la cárcel por asesinato). La broma de Satán consistió en que Dennis Hopper se aficionó al polvo blanco, una substancia que sacaba lo peor de su personalidad cuando se combinaba con el alcohol.
Su vida dio un vuelco. A las drogas que él y su generación reivindicaban se unió la megalomanía, y pronto la química comenzaría a jugarle malas pasadas. Pese a convertirse en el director más célebre de Hollywood, su siguiente película, The last movie, estrenada en 1971, un auténtico desmadre de título premonitorio en la que se gastó un pastón, fue un fracaso absoluto y tardó más de 15 años en poder volver a dirigir.
Participó en múltiples películas de bajo presupuesto para poder mantener su ultratóxico tren de vida pero solo renació profesionalmente, y de forma momentánea, tras su paso por El amigo americano (1977), de Win Wenders, mi adorada Rumble fish (1983) y, sobre todo, Apocalypse now (1979), ambas de Francis Ford Coppola. Durante la década de los setenta se había acelerado su descenso a los infiernos, llegando a necesitar 30 cervezas diarias y tres gramos de cocaína solo para funcionar. Su cerebro explotó mientras viajaba ciego de peyote por una selva mexicana, en la que fue encontrado corriendo desnudo y donde intentó subirse a un avión en marcha. Fue ese el episodio que le hizo replantearse la vida: en 1983 entró en una clínica de desintoxicación.
Llevaba sobrio desde entonces, aunque en la ficción los directores siguieran buscándole papeles de hombres al límite, que él bordaba como el imborrable psicópata de Terciopelo azul (1986), de David Lynch.
Pero también demostró que tenía voluntad expresiva al hacerse con la silla de realizador en la casi desconocida Caído del cielo (1980), película canadiense que recogía los ecos del nihilismo punk. Nuevamente, Dennis conectaba con las corrientes profundas de la estética rock: el título original, Out of the blue, derivaba de una canción de Neil Young que reconocía el impacto del punk rock (para consternación de Neil, su letra reaparecería en la nota de despedida de Kurt Cobain).
Dennis Hopper supo manejar con dignidad el estereotipo de drogota rehabilitado. A diferencia de tantos actores, de grandes actores incluso, de actores muy bien pagados y galardonados en Hollywood, Dennis Hopper era mucho más que ellos. Dennis Hopper era un icono. Como Chaplin para el cine mudo, como Humphrey Bogart para el blanco y negro, como Marlon Brando para la seducción de la pantalla, como Robert de Niro para noquear en un fotograma, Hopper era un símbolo para la cultura popular. Era el forajido del cine.
Ahora que te has ido, Dennis, tenlo claro: muchos soñamos con el horizonte de la carretera por la que quemaste tus ruedas. Gracias a ti, es nuestra particular utopía.
Bárbara Celis, Diego A. Manrique, Fernando Navarro (ELPAÍS.com)
El pasado marzo hacía su última aparición pública en el Hollywood Walk of Fame, para inaugurar la estrella que lleva su nombre. "Vosotros me disteis una vida que jamás hubiera podido tener siendo un chaval de Dodge City, Kansas", dijo frente a cientos de admiradores durante aquella última aparición estelar, donde llegó acompañado de algunos de sus amigos más fieles, como Jack Nicholson, al que dirigió en Easy rider, la película con la que el espíritu rebelde de la contracultura de finales de los años sesenta quedó finalmente tatuada sobre el celuloide. "Nadie se había visto a sí mismo en las películas hasta entonces. La gente fumaba porros y tomaba LSD por todo el país, pero en el cine seguían viendo a Doris Day y a Rock Hudson", dijo Hopper de aquel filme, con el que se llevó el premio al mejor director novel en el Festival de Cannes en 1969.
Sus primeros pasos como actor los había dado junto a James Dean en Gigante y Rebelde sin causa a mediados de los cincuenta. "Me consideraba el mejor actor del mundo hasta que vi actuar a Dean", dijo de él años después de su muerte, algo que calificó como "una de las tragedias de mi vida". Pero sin duda Hopper vivió muchas más.
Tras un famoso choque con el director Henry Hathaway, recibió la proverbial condena: "Nunca llegarás a nada en esta ciudad". En un negocio controlado por media docena de empresas, aquella maldición tenía peso. Dennis emigró a Nueva York y sobrevivió en la televisión, un medio entonces despreciado por los actores. Si añadimos que se especializó en papeles de western, parecía un candidato al cementerio de los elefantes de la serie B. Excepto que Hopper era un hipster: estaba en la onda, paladeaba las modernidades y supo entender la enormidad de los cambios sociales provocados por la píldora, las drogas y la guerra del Vietnam.
Tras aliarse con otra bala perdida, Peter Fonda, dirigió Easy rider, la película esencial de la contracultura estadounidense, un proyecto personal de un principiante Dennis Hopper a partir de una idea de Fonda. Actor, director y guionista, la película tenía un coste inferior a los 500.000 dólares aunque luego fue un verdadero éxito de taquilla. Era un retrato ácido y excitante de la América del 69, donde se combinaba sexo, drogas y rock al mismo tiempo que se reflejaba un país histérico y desfasado, repleto de contradicciones, en cuyos márgenes (carreteras sin rumbo, lugares de paso, salas de conciertos) latía una contracultura enfrentada al poder corrupto y vicioso, diferenciada de la sociedad dominante por su capacidad crítica y su aire de cambio y evolución.
Y es que toda la juventud se reconoció por fin en aquella 'road movie' . "El impacto de Easy rider, sobre los cineastas y sobre la industria fue sísmico", escribió el periodista Peter Biskind en 1998 en su libro "Moteros tranquilos toros salvajes. La generación que cambió Hollywood" (libro que recomiendo encarecidamente a todos los amantes del cine). El triunvirato protagonista, que también incluía a Peter Fonda y un desconocido Jack Nicholson, renegaba de Hollywood. "Para ellos aquella película fue la demostración de que podías batir a la industria en su propio terreno, podías drogarte, expresarte y además, ganar dinero".
Su enorme éxito certificó la defunción del viejo Hollywood, obligando a los estudios a la sumisión hacia un público juvenil con su visión del género, con lo que ayudó a introducir a la generación del “Nuevo Hollywood”, formada entre otros por George Lucas, Martin Scorsese y Steven Spielberg, en la industria cinematográfica.
Millones de espectadores se identificaron con la odisea de aquellos motoristas, que se lanzaban a "buscar América" y encontraban la muerte.
La dramatización del conflicto social entre los pelilargos y los estadounidenses conformistas no fue del gusto de alguna de las luminarias de la década de los sesenta: Bob Dylan insistió para que el final ofreciera esperanza y no confrontación.
Easy rider, tenía, aparte de la audaz fotografía de Laszlo Kovacs, una banda sonora auténtica: música del momento, en vez de los esfuerzos de algún compositor profesional para acercarse a los ritmos cool. El tema central de la película es Born to be wild de Steppenwolf. Una canción como un relámpago en plena tormenta, que huele a asfalto y gasolina, pura cilindrada para la carretera. Otros grupos importantes participaron en la película, cediendo sus derechos como los Byrds, Jimi Hendrix, Jefferson Airplane o los Who.
La trama es bien simple: Dennis Hooper Hopper y Peter Fonda, dos calaveras, dos desheredados de los años dorados, acaban de sacarse una buena pasta al engañar a un traficante de droga y no tienen más aspiración que cruzar Estados Unidos con sus choppers y llegar al carnaval de Nueva Orleans (Mardi Grass). Y, entre tanto, carretera, paisajes legendarios de EE.UU, LSD, personajes estrambóticos y mucho rock.
Para esta legendaria cinta, de alguna manera, Hopper venía influenciado por películas como las mencionadas Rebelde sin causa, Gigante o Salvaje. Fue el western de la contracultura. Sus dos protagonistas se llaman Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper), nombres que aluden a los míticos personajes del oeste Wyatt Earp y Billy The Kid, y, como ellos, son dos outlaws (”fuera de la ley”) vagando por el desierto. En vez de caballos llevan sus motocicletas con la bandera de EE.UU. pintada en el depósito de la gasolina. Pocos iconos se pueden comparar a esa imagen.
El subtexto de la peli parecía establecer diferencias morales entre las drogas, criterios entonces vigentes en el mundo hippy californiano. Nada que oponer a la marihuana o el LSD pero ojo con la cocaína: los protagonistas financiaban su viaje con una partida de coca, adquirida por -ay, ay- el productor más célebre de los 60, Phil Spector (actualmente en la cárcel por asesinato). La broma de Satán consistió en que Dennis Hopper se aficionó al polvo blanco, una substancia que sacaba lo peor de su personalidad cuando se combinaba con el alcohol.
Su vida dio un vuelco. A las drogas que él y su generación reivindicaban se unió la megalomanía, y pronto la química comenzaría a jugarle malas pasadas. Pese a convertirse en el director más célebre de Hollywood, su siguiente película, The last movie, estrenada en 1971, un auténtico desmadre de título premonitorio en la que se gastó un pastón, fue un fracaso absoluto y tardó más de 15 años en poder volver a dirigir.
Participó en múltiples películas de bajo presupuesto para poder mantener su ultratóxico tren de vida pero solo renació profesionalmente, y de forma momentánea, tras su paso por El amigo americano (1977), de Win Wenders, mi adorada Rumble fish (1983) y, sobre todo, Apocalypse now (1979), ambas de Francis Ford Coppola. Durante la década de los setenta se había acelerado su descenso a los infiernos, llegando a necesitar 30 cervezas diarias y tres gramos de cocaína solo para funcionar. Su cerebro explotó mientras viajaba ciego de peyote por una selva mexicana, en la que fue encontrado corriendo desnudo y donde intentó subirse a un avión en marcha. Fue ese el episodio que le hizo replantearse la vida: en 1983 entró en una clínica de desintoxicación.
Llevaba sobrio desde entonces, aunque en la ficción los directores siguieran buscándole papeles de hombres al límite, que él bordaba como el imborrable psicópata de Terciopelo azul (1986), de David Lynch.
Pero también demostró que tenía voluntad expresiva al hacerse con la silla de realizador en la casi desconocida Caído del cielo (1980), película canadiense que recogía los ecos del nihilismo punk. Nuevamente, Dennis conectaba con las corrientes profundas de la estética rock: el título original, Out of the blue, derivaba de una canción de Neil Young que reconocía el impacto del punk rock (para consternación de Neil, su letra reaparecería en la nota de despedida de Kurt Cobain).
Dennis Hopper supo manejar con dignidad el estereotipo de drogota rehabilitado. A diferencia de tantos actores, de grandes actores incluso, de actores muy bien pagados y galardonados en Hollywood, Dennis Hopper era mucho más que ellos. Dennis Hopper era un icono. Como Chaplin para el cine mudo, como Humphrey Bogart para el blanco y negro, como Marlon Brando para la seducción de la pantalla, como Robert de Niro para noquear en un fotograma, Hopper era un símbolo para la cultura popular. Era el forajido del cine.
Ahora que te has ido, Dennis, tenlo claro: muchos soñamos con el horizonte de la carretera por la que quemaste tus ruedas. Gracias a ti, es nuestra particular utopía.
Bárbara Celis, Diego A. Manrique, Fernando Navarro (ELPAÍS.com)
Retrato de Dennis por Andy Warhol
4 comentarios:
Una reseña fabulosa; lamento la partida de Dennis Hopper - aunque me alegra que haya podido agradecer a todos en su última presentación al público: "Vosotros me disteis una vida que jamás hubiera podido tener siendo un chaval de Dodge City, Kansas"
Partir de esta vida con gratitud es una bendición para tan cretaivo personaje.
Gracias Cati, un abrazo.
Ro
Excelente post, pues nada como dice el titular: Adios amigo americano y que nos esperes muchos años alla donde estes.
Un beso, guapa
Yo también me alegro por él, porque lo normal son los homenajes póstumos, al menos pudo irse con esa satisfacción. Un beso, Ro.
Qué cosas tienes, gatito, jeje... Un beso.
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