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miércoles, 30 de enero de 2013

Poemas del Milenio L

 

CONSIDERANDO EN FRÍO, IMPARCIALMENTE
César Vallejo (1892-1938)

Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...

Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe; suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...

Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...

Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...

Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...

Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...

Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...

Le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...

(de Poemas humanos, 1939)

Pintura: Gustave Doré, Les saltimbanques 
 
Para TrueCZ en su cumpleaños ¡Felicidades!

jueves, 9 de febrero de 2012

El invierno de la desesperación

Gustave Doré, London

A los 200 años del nacimiento de Charles Dickens, nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo: la condición de vida de los trabajadores, la usura, el desequilibrio entre ricos y pobres...

Algunas personas mueren y otras sólo desaparecen. El novelista Charles Dickens, por ejemplo, dejó este mundo en 1870 pero sigue estando aquí. Y no sólo porque obras suyas como David Copperfield, Cuento de navidad, Oliver Twist o Historia de dos ciudades, entre otras muchas, sean clásicos imprescindibles en cualquier biblioteca que intente ser tomada en serio, sino también porque la mayoría de sus temas característicos, como la lucha de clases, la explotación infantil o la ineficacia de la Justicia, siguen de actualidad y porque sus personajes continúan entre nosotros, con nombres diferentes pero con los mismos problemas.

¿O es que no podrían estar dentro de Oliver Twist, junto a los niños callejeros que la protagonizan, esos otros niños reales que hoy son abandonados en las calles de Grecia por sus Gustave Doré, Londonfamilias, con la esperanza de que alguien los alimente? ¿No nos recuerdan los convictos de La pequeña Dorrit, presos en la cárcel de Marshalsea, a orillas del río Támesis, por no poder pagar sus deudas, a los desahuciados que aquí y ahora, en la España del siglo XXI, arrojan a la miseria los bancos cuando ya no pueden pagar la hipoteca salvaje que tenían con ellos? ¿No nos hacen pensar muchos de los métodos y teorías del neoliberalismo a los del usurero Scrooge en Cuento de navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield?

Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolstoi, Stendhal o Benito Pérez Galdós, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país. Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que “en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos”. Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países. Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay más que leer el principio de Historia de dos ciudades:

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.

En Tiempos difíciles, Dickens critica ácidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que había entre su existencia y la de los ricos del país. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en números rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos Gustave Doré, Londonpor los suelos; con los gobiernos de Europa intentando llenar con dinero público el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro país hasta el borde del abismo, es muy posible que el lector se asombre al ver cómo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ¿O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, frías, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astronómicos que se ponen a sí mismos los directivos de los bancos, hoy en día? La única diferencia entre aquellos privilegiados y éstos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada más.

Cuando Dickens retrata en Los papeles póstumos del club Pickwick, David Copperfield o La pequeña Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los pícaros españoles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El buscón, sabía de qué hablaba, porque él mismo había sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisión de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotación, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto:

“¡Oh, economistas utilitarios -escribe-, comisarios de realidades, elegantes incrédulos… si seguís llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiváis en ellos la esperanza, cuando hayáis conseguido arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertirá en un Gustave Doré, Londonlobo y os devorará”.

Se equivocó, y no hace falta más que volver una vez más los ojos hacia la Grecia de hoy, verá que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de niños que a media mañana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el país solicitaba un rescate de la Unión Europea, sus potentados se llevaban a Suiza más de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del INEM y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constatación de hasta qué punto el capitalismo ha fracasado en su búsqueda del famoso Estado del bienestar.

Otra de las obsesiones de Dickens es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresión en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Cancillería que a algunos les podrá hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la Ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporción a su desventurado protagonista. O, una vez más, en Tiempos difíciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del sistema y de su invento más perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya función es “hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada”. En un país como España, donde sólo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jurídica son suficientes y la gran mayoría piensa que funciona mal, está anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.

En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufrió un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que precedían al suyo, se despeñaron por un precipicio, y él pasó horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el Charles Dickensmanuscrito, aún sin acabar, de su penúltima novela, Nuestro común amigo. No hay que tener una gran imaginación para ver en esa escena una metáfora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, después Portugal… Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la catástrofe recuperen el sentido común igual que lo hizo el tacaño señor Scrooge en Un cuento de navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los espíritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde podía verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una parábola que, hoy más que nunca, merece la pena no olvidar.

Benjamín Prado
Fuente: elpais

Grabados: Gustavé Dore, London: A Pilgrimage

lunes, 20 de diciembre de 2010

El diario de un gato asesino: el ratón

Gustave Doré

3. Miércoles


¡Peguenme! Traje un ratón muerto a su preciosa casa. Ni siquiera lo maté. Cuando me lo encontré ya estaba difunto. Nadie puede andar seguro por el barrio. Esta avenida está inundada con veneno para ratas, autos veloces al ataque van y vienen a todas horas, y yo no soy el único gato por estos rumbos. Ni siquiera sé qué le pasó al pobre. Todo lo que sé es que me lo encontré y ya estaba muerto. (Recién muerto, pero muerto). En el momento pensé que sería una buena idea traerlo a casa. No me pregunten por qué. Debo haber estado loco. ¿Cómo iba a saber que Eli me atraparía para darme uno de sus sermones?

— ¡Ay, Tufy! Es la segunda vez en esta semana. No lo puedo soportar. Sé que eres un gato, que es natural y todo eso. Pero, por favor, por mi propio bien, no lo hagas más.

—Me miró a los ojos intensamente—. ¿Vas a dejar de hacerlo, por favor?

Le clavé la mirada. (Bueno, lo intenté pero ella no estaba de humor).

—Hablo en serio, Tufy —me dijo—. Te quiero mucho y entiendo cómo te sientes. Pero debes dejar de hacer esto, ¿está bien?

Me tenía sujeto de las garras. ¿Qué podía yo decir? Así que traté de parecer todo compungido. Luego ella rompió a llorar de nuevo y tuvimos otro funeral.

Este lugar se está convirtiendo en un parque de diversiones. En serio.

Continuará...


Autora: Anne Fine

Ilustración: Gustave Doré

martes, 16 de marzo de 2010

A la caza

Goya, detalle

Si pones en Google "jugar al gato y al ratón", te saldrán cientos de miles de páginas, no en vano, esta es una de las expresiones coloquiales más utilizadas en nuestro idioma. La frase se dice de las personas que se van persiguiendo y esquivando mutuamente, o que tratando de encontrarse o comunicarse, no lo consiguen.

No se sabe exactamente cuál fue la primera cultura en domesticar a los gatos, aunque siempre se ha asociado su domesticación a los egipcios, los asirios o alguna cultura predecesora a partir del gato salvaje africano.

Se han descubierto restos de domesticación del Felix Silvestris Catus en Chipre que datan de hace 9.500 años y se cree que los egipcios empezaron a hacerlo en torno al año 4000 a. de C. para mantener a las Naturaleza muerta con gato y ratónratas y ratones fuera de sus graneros.

Incomprensiblemente, en la Edad Media se culpaba a los gatos de transmitir la peste bubónica, con lo que fueron exterminados en masa, contribuyendo a que se multiplicara la población de ratas, auténticos propagadores de la plaga.

Y es que, en relación a su tamaño, los gatos domésticos son depredadores muy eficaces. Pueden emboscar y abalanzarse sobre distintos vertebrados usando tácticas similares a los leopardos y tigres; es entonces cuando asestan la mordida Gustave Doréletal con sus largos dientes caninos que rompen la médula espinal de la víctima, o la asfixian comprimiendo su tráquea.

Los ejemplares bien alimentados pueden cazar y matar aves, ratones, ratas, lagartos y otros pequeños animales, para luego mostrar el trofeo de caza a sus dueños. El motivo por el cual lo hacen no está totalmente claro, pero se cree que esta acción está relacionada con los comportamientos de creación de lazos afectivos. Es probable que esperen ser elogiados por su contribución simbólica al grupo.

Se sabe que, en la vida salvaje, incluso un macho puede compartir su caza con miembros de su familia. El obsequio de piezas por parte de un animal bien alimentado puede ser usual, e interpretarse como un gesto de cariño y familiaridad.

Para terminar, recordar el famoso juego infantil del gato y el ratón.
H.H. Couldery, Conejos en la jaula observados por un gato
Para quien lo desconozca, consiste en hacer un corro con los participantes cogidos de la mano. Se escogen dos niños/as para que interpreten el papel de gato y ratón, respectivamente.

Al ritmo de la canción: "Ratón que te pilla el gato, ratón que te va a pillar, si no te pilla esta noche, mañana te pillará", el ratón intentará escapar por entre los agujeros que hacen entre dos de los participantes con las manos cogidas y los brazos lo más extendidos posible.

El gato tiene que intentar pillar al ratón, pero los participantes han de impedirlo bajando los brazos para que no pase, pero puede colarse entre los agujeros, siempre y cuando no los rompa al pasar.

¡Buena caza!

Pinturas:
* Francisco de Goya, detalle de gatos y pájaro en el retrato de Manuel Osorio de Zúñiga (1788)
* Anónimo, Naturaleza muerta con gato y ratón (1820)
* Gustave Doré
* Horatio Henry Couldery, Conejos en la jaula observados por un gato (1890)

Escuchar: Ratón, que te pilla el gato (canción popular)

miércoles, 1 de julio de 2009

Ponte las botas

´¡Os haré picadillo!

Érase una vez...

Creo que todo el mundo conoce los cuentos infantiles tradicionales. Los mismos que hemos escuchado de pequeños y que a su vez seguimos contando a nuestros hijos.

Pero la mayoría de estos cuentos no son dulces ni ingenuos: escenas de canibalismo, personajes exiliados lejos de su familia, abandono de los padres e incluso maltrato y asesinato.

Inevitablemente, esto nos lleva a pensar si los cuentos de toda la vida son educativos o demasiado crueles para los pequeños.

Los cuentos tradicionales, que no son exclusivos del ámbito europeo y cuyo origen en ocasiones se remonta a épocas anteriores a la aparición de la escritura, han sido (y siguen siendo) vehículo de transmisión de conocimiento y modelos de conducta.

Con el paso del tiempo y en la medida en que algunas corrientes pedagógicas pusieron en duda su valor educativo, estos relatos se han ido dulcificando. Pero la eliminación de los elementos más crueles y sangrientos y las variaciones llevadas a cabo a lo largo de los siglos por los diferentes autores (Charles Perrault en el siglo XVII y los hermanos Grimm en el XIX, son los más conocidos), no han logrado reducir el fuerte contenido simbólico de estos relatos.

Hay quien cree que la infancia es una etapa de la vida en la que debemos proporcionarles a los niños un mundo fantástico, dulcificado, seguro e inocente en el que la crueldad no tenga cabida. Total, para dificultades ya tendrán de sobra cuando crezcan.

Del otro lado, algunos expertos como Bruno Bettelheim no ven mal las historias algo crueles que entrañan los cuentos para niños. Afirma en la introducción a su célebre "Psicoanálisis de los cuentos de hadas", que este tipo de narraciones transmiten a los niños que "la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana".

Muchos de los cuentos más populares giran en torno a la necesidad que tienen los héroes y heroínas protagonistas de superar una serie de obstáculos que les permitirán alcanzar la madurez vital. A través de los cuentos se les enseña a los niños que la vida tiene sus dificultades, y que deberán superar una serie de obstáculos para desenvolverse mejor ante los avatares de la vida.

Expulsados del hogar familiar -territorio de la seguridad y la inocencia-, los personajes son obligados a enfrentarse a sus problemas con valentía. En el camino se hallarán con madrastras malvadas, brujas, ogros y lobos feroces con los que tendrán que lidiar gracias a su recién descubierta astucia. El espacio donde se encontrarán a sí mismos es ese bosque en el que, junto a peligros desconocidos, habitan criaturas animales que les ayudarán en su cometido; la naturaleza les ofrecerá un conocimiento intuitivo en el que apoyarse.

Soy el sirviente del Marqués de Carabás En ese proceso obligado de transformación hacia la madurez, el niño conocerá a través de los cuentos, los aspectos más duros de la vida. Gracias a unas historias en las que abundan los asesinatos y abandonos, los niños se darán cuenta, de manera inconsciente, y siempre dentro de un ámbito de seguridad en el que los buenos vencen y los malos son castigados, de que la vida es más dura de lo que imaginan.

"El gato con botas" es un cuento popular europeo, recopilado en 1697 por Charles Perrault en su "Cuentos de mamá ganso" (Contes de ma mère l'Oye) con el título "El gato maestro" y anteriormente, en 1634, por Giambattista Basile con el título de "Cagliuso". Seguro que conoces o te suena el argumento:

En el reparto de la herencia de un sencillo molinero, a su hijo pequeño sólo le tocó el gato. Decepcionado, el muchacho consideró comérselo para no morir de hambre, pero el gato resultó estar lleno de recursos, y le dijo: «No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.» El chico decidió seguirle la corriente y así fué como el inteligente gato puso en marcha un plan para cambiar la suerte del muchacho y de paso la suya: consiguió casar a su amo con la hija del rey, y convertirse él mismo en un gran señor.

Perrault era conocido ciertamente por sus tendencias moralistas, pero si realmente hay una lección que aprender en El gato con botas, es que parece ser que el engaño y la mentira dan beneficios más rápida y generosamente que el trabajo duro y el talento. ¿QuéY nunca más tuve que cazar ratones opinas?

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado...

Leer cuento aquí: Ciudad Seva

Ilustraciones: Gustave Doré
Escuchar: Barón Rojo, Con las botas sucias

Fuentes: Wikipedia, Terra