Entre paisajes rurales y urbanos, habitados en ocasiones por figuras aisladas y siempre bañados por un atmosférico juego de luces y sombras, Edward Hopper construye su propia visión interior de la condición humana. Hace cómplice al espectador invitándole a observar la intimidad ajena en una serie de escenas inmortalizadas en cientos de reproducciones gráficas. Se puede decir que Hopper "investiga a través de su arte lo que significa estar vivo en el siglo XX".
Edward Hopper (1882-1967), el pintor neoyorquino, modernista por antonomasia, cuya obra se ha popularizado a través de postales, carteles y demás reproducciones gráficas, es un retratista de la condición humana, con un realismo que modeló a su propia imagen. Hopper influyó en sucesivas generaciones de artistas de todas las disciplinas, desde la pintura al cine y la literatura en sus seis décadas de actividad.
La inquietud existencial asoma en trabajos estudiantiles de principios de siglo, donde surgen ya algunos de sus tópicos y obsesiones, como las figuras aisladas que dominarían su obra posterior. Dos décadas después, en una serie de pulidos grabados, producto quizá de su formación como ilustrador, explora los efectos de la luz y las sombras. "Con el tiempo, depuraría su aproximación pero empleando siempre el mismo vocabulario".
La década de los veinte fue un periodo decisivo en la trayectoria de Hopper. En 1924, cumplidos los 42 años, inauguró su primera exposición individual, renunciando entonces a su trabajo como ilustrador. Contrajo ese mismo año matrimonio con Josephine Verstille Nivison, artista de personalidad dominante que influiría enormemente en el pintor: ya no recurrió a otro modelo femenino que su esposa. "Se tomó libertades, porque las mujeres de sus cuadros nunca envejecen".
Hopper se dedicó por completo a la pintura en su madurez. El arte avanzaba hacia la abstracción y el pop, pero él siguió explorando su estilo realista. Describía sus composiciones como "visiones internas" de paisajes rurales o urbanos, desérticos o con figuras anónimas, silenciosas, absortas en sus sueños. Son escenas misteriosas, tomadas y posteriormente cedidas al cine negro, en las que el argumento y su posible resolución escapa al encuadre. La farmacia en Drug Store, la chica solitaria tomando un café en la lavandería de Automat, las inquietantes gasolineras, o la calle vacía salvo por las grandes sombras de los elementos arquitectónicos de Early sunday morning incitan a una interpretación distinta en cada persona que los mira.
Le preocupaba la intromisión de la luz artificial en la natural y, con frecuencia, incluía múltiples focos luminosos en una misma escena. Antes aprendió a colocar al espectador en una posición de voyeur, de mirón, no muy distante de la que él ocupaba respecto a sus lienzos. Así nacen algunos de sus cuadros más famosos, en los que el pintor observa a través de ventanas, y sin dejarse descubrir, a individuos ensimismados en sus pensamientos o mirando, a su vez, algo que escapa del marco.
Entre estos iconos, Trasnochadores (Nighthawks, 1942) ocupa una posición estelar: el bar nocturno con cuatro personajes, incluido el camarero, que no se hablan ni se miran ni se sienten vigilados. Hopper dijo que la soledad que transmiten sus personajes no era intencionada. "El espectador establece una relación con los personajes, especula sobre sus intenciones. Por eso su trabajo sigue vivo y en constante demanda. Hopper bloquea la trama de sus cuadros para forzar al visitante a seguir observando. A la larga, son las propias pinturas las que responden con sus vacíos, soledades, presencias y ausencias".
Edward Hopper (1882-1967), el pintor neoyorquino, modernista por antonomasia, cuya obra se ha popularizado a través de postales, carteles y demás reproducciones gráficas, es un retratista de la condición humana, con un realismo que modeló a su propia imagen. Hopper influyó en sucesivas generaciones de artistas de todas las disciplinas, desde la pintura al cine y la literatura en sus seis décadas de actividad.
La inquietud existencial asoma en trabajos estudiantiles de principios de siglo, donde surgen ya algunos de sus tópicos y obsesiones, como las figuras aisladas que dominarían su obra posterior. Dos décadas después, en una serie de pulidos grabados, producto quizá de su formación como ilustrador, explora los efectos de la luz y las sombras. "Con el tiempo, depuraría su aproximación pero empleando siempre el mismo vocabulario".
La década de los veinte fue un periodo decisivo en la trayectoria de Hopper. En 1924, cumplidos los 42 años, inauguró su primera exposición individual, renunciando entonces a su trabajo como ilustrador. Contrajo ese mismo año matrimonio con Josephine Verstille Nivison, artista de personalidad dominante que influiría enormemente en el pintor: ya no recurrió a otro modelo femenino que su esposa. "Se tomó libertades, porque las mujeres de sus cuadros nunca envejecen".
Hopper se dedicó por completo a la pintura en su madurez. El arte avanzaba hacia la abstracción y el pop, pero él siguió explorando su estilo realista. Describía sus composiciones como "visiones internas" de paisajes rurales o urbanos, desérticos o con figuras anónimas, silenciosas, absortas en sus sueños. Son escenas misteriosas, tomadas y posteriormente cedidas al cine negro, en las que el argumento y su posible resolución escapa al encuadre. La farmacia en Drug Store, la chica solitaria tomando un café en la lavandería de Automat, las inquietantes gasolineras, o la calle vacía salvo por las grandes sombras de los elementos arquitectónicos de Early sunday morning incitan a una interpretación distinta en cada persona que los mira.
Le preocupaba la intromisión de la luz artificial en la natural y, con frecuencia, incluía múltiples focos luminosos en una misma escena. Antes aprendió a colocar al espectador en una posición de voyeur, de mirón, no muy distante de la que él ocupaba respecto a sus lienzos. Así nacen algunos de sus cuadros más famosos, en los que el pintor observa a través de ventanas, y sin dejarse descubrir, a individuos ensimismados en sus pensamientos o mirando, a su vez, algo que escapa del marco.
Entre estos iconos, Trasnochadores (Nighthawks, 1942) ocupa una posición estelar: el bar nocturno con cuatro personajes, incluido el camarero, que no se hablan ni se miran ni se sienten vigilados. Hopper dijo que la soledad que transmiten sus personajes no era intencionada. "El espectador establece una relación con los personajes, especula sobre sus intenciones. Por eso su trabajo sigue vivo y en constante demanda. Hopper bloquea la trama de sus cuadros para forzar al visitante a seguir observando. A la larga, son las propias pinturas las que responden con sus vacíos, soledades, presencias y ausencias".
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