miércoles, 3 de febrero de 2010
A la deriva
El hombre había caído desde la ventana de la habitación C-20 de la tercera planta del hotel Prins Hendrik, en el centro de Ámsterdam. El cadáver, en posición fetal y vestido con una camisa de manga corta y un pantalón pitillo a rayas, fue encontrado en la madrugada del 13 de diciembre de 1988. La cara del muerto era irreconocible: se había estrellado contra un bolardo de metal de la acera y tenía el pómulo y el cráneo destrozados. Era improbable aplicarle el titular con el que le había definido un diario: "Más guapo que Barbie".
En los últimos meses se inyectaba seis gramos de heroína al día y otro tanto de cocaína cortada con barbitúricos o anfetaminas. También las venas estaban deshechas después de casi treinta años de dedicación a todas las formas conocidas de opiáceos, los exquisitos que suministraban los doctores y los venenosos de los traficantes. Cada pico era un infierno de torniquetes y varices esquivas. Había descubierto que el único rincón del cuerpo donde podía chutarse era el escroto.
En el cuarto del yonqui, los policías encontraron el equipaje de los resignados a la soledad: unas monedas, un reloj de pulsera, un collar, un encendedor y, porque cada penumbra contiene su propia luz, una trompeta en su estuche.
No había nada más en la habitación, ningún signo que permitiese deducir que aquel hombre era Chet Baker, el único músico blanco apadrinado por Charlie Parker, el inventor del jazz moderno; el trompetista que con su modo atenuado de tocar (algún crítico le llamó "ternura magullada") había embobado a Marilyn Monroe y grabado más de un centenar de discos.
Baker, un músico de sábanas revueltas y dramática ingenuidad, tocaba en una sordina delicada y cantaba musitando, con una voz suave bajo la cual latía una casi perversa pulsión sexual. En los cincuenta le llamaban "el Shelley del bebop". Era tan guapo que dolía. Las noches de los clubes de la Costa Oeste eran su territorio. Las mañanas, una reiteración de mujeres y tostadas con champán.
Nacido en una granja de Oklahoma en 1929, escapó de dos maneras de un padre alcohólico que le maltrataba. La primera, haciendo carrera como delincuente juvenil, robando gasolina para revenderla, no sin antes inhalarla y volar. La segunda, más terminante, alistándose en el Ejército a los 16 años. Tocó en bandas militares y, tras licenciarse y rodar por todas las jam sessions de Los Ángeles, fue reclutado por el saxofonista Gerry Mulligan para su cuarteto. El éxito de su estilo lánguido y ensimismado fue instantáneo. La heroína también.
Con las drogas fue un amante voraz y con la misma exageración fue correspondido. Tocaba para pagar y no siempre le alcanzaba. Exigía cobrar en efectivo a cambio de renunciar a los futuros derechos de autor. Un traficante al que adeudaba dinero le partió una botella en la cara en 1966. Baker tuvo que aprender a tocar la trompeta de nuevo: con la dentadura postiza sus canciones se desvanecían aún mejor.
Le metieron en la cárcel en ambos lados del Atlántico y las brigadas de narcóticos de varios países le tenían echado el ojo. En Italia, su refugio favorito, un juez le llamó "cara de ángel, corazón de demonio" antes de condenarle.
Cuando cayó del tercer piso del hotel holandés (nunca llegó a determinarse si por accidente o decisión propia) estaba a diez días de cumplir 59 años. Dejó tres esposas, otros tantos hijos, cientos de amores correspondidos y muchas de las grabaciones más bellas del jazz. El New York Times publicó un obituario cruel: "Algunas veces cantaba y parece que atraía al público femenino".
El camino desde el esplendor cool hasta el charco de sangre en la acera es narrado en el documental Let's Get Lost, dirigido por Bruce Weber en 1988. Bruce Weber (fotógrafo de estrellas y top models) estaba acabando el montaje de la película cuando Chet Baker se mató en Holanda. El documental se convirtió así en un réquiem sobre el último año de vida del músico, que habla ante la cámara sobre sus grandes aficiones: la letal a las drogas, sobre todo al speedball, y las menos peligrosas a los Alfa Romeo y las mujeres.
Weber se inspiró en Baker para los anuncios homoeróticos que realizó para Calvin Klein en los ochenta; admirador confeso de Baker y su personalidad carismática e introvertida, frágil y altanera, pagó de su bolsillo el entierro en Los Ángeles del trompetista, que murió arruinado tras vivir a demasiada velocidad.
Fuente: 20 minutos
Fotografías: William Claxton, Bruce Weber
Escuchar: Chet Baker, Let's get lost
Etiquetas:
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William Claxton
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2 comentarios:
Otro genio de tantos que se dejo arrastar por el angel-demonio de las drogas. Vi el documental y me gusto bastante. En fin...Una pena.
Besos guapa.
Nos queda su música. Besitos, guapo.
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