El hombre que huyó a los Mares del Sur para reinventar la pintura a finales del siglo XIX dejó en sus escritos y declaraciones su forma de vida, y también su ideario y sus propuestas, que fueron a menudo despreciadas y que solo una vez fallecido siguieron con fervor, a partir de 1903, los expresionistas y las vanguardias que alumbraron los inicios del siglo XX.
Paul Gauguin (1848-1903) fue un hombre polémico, de fuerte personalidad, que no rehuía el enfrentamiento. Este decálogo resume su forma de pensar y, sobre todo, de vivir.
Nuestra vida de hombres civilizados está enferma, nuestro arte también. Solo podemos devolverle la salud empezando de nuevo, como salvajes.
Gauguin representa como ningún otro artista la búsqueda del paraíso, del edén perdido que quiso hallar en Tahití, donde él creía que el ser humano vivía aún en estado primitivo.
Yo intento expresar el pensamiento, no copiar la naturaleza. Quiero reflejar la realidad a través de la imaginación.
El artista nacido en París empezó a pintar tarde, al principio era más un coleccionista que seguía a los impresionistas, de los que después se alejó para buscar su propio camino.
En Europa, la gente se empareja por amor. En Oceanía, el amor es consecuencia del coito.
El autor de obras como Matamoe ya había tenido cinco hijos antes de su aventura en el Pacífico sur. En sus años tahitianos tuvo varias parejas e hijos y se integró en la forma de vida de los aborígenes. No fue un europeo que los miró desde la distancia.
Él es un romántico; yo, en cambio, siento más bien inclinación por los primitivos.
La relación de amistad entre Gauguin y Van Gogh ha sido contada y recreada en el cine. Los dos meses que pasaron juntos en Arles fueron un aprendizaje mutuo y una competición.
El simbolismo no es más que un concepto tras el que se esconde una sensibilidad vital reprimida.
Siempre dispuesto para la disputa dialéctica, Gauguin expresaba con rotundidad sus ideas aunque siempre había argumentación, teoría, no era un mero polemista.
Tengo que estudiar a fondo la esencia de las plantas, de los árboles, de la Naturaleza, tan caprichosa y rica en formas.
Su llegada a la deseada Tahití fue, en parte, una decepción. El paraíso estaba lleno de funcionarios y gendarmes. Gauguin se entregó a observar y estudiar el paisaje.
Es terrible cómo me meto en aprietos cada vez que me marcho de París. Pero, tan pronto regreso, encuentro fondos.
El pintor era también padre de una numerosa familia y encontraba dificultades para vender sus obras. En su viaje al Sur nunca le sobró el dinero.
Dos años más viejo y, no obstante, rejuvenecido en veinte años, me marcho de aquí; más salvaje y más sabio.
Tras una primera estancia en Tahití, volvió a casa con pocos recursos, cansado y muy delgado. Intentó retomar su carrera, pero fracasó.
Sin marchante, sin nadie que sepa cómo asegurarme el sustento... No veo otra salida que la muerte: ella me liberará de todo.
Enfermo, pobre y deprimido, Gauguin intentó suicidarse en 1898, tomó arsénico, fue ingresado en un hospital tahitiano, pero falló en su deseo de morir.
Quiero acabar mi vida aquí, en la absoluta quietud de mi cabaña.
El aventurero estaba de nuevo en Tahití. En su regreso a Europa de dos años se había encontrado sin referentes, separado de su esposa y con los amigos dispersos. La vida occidental le asfixiaba, quería acabar sus días en el paraíso.
Fuente: elpaís.com
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