Piratas, corsarios, bucaneros, filibusteros,... Puede decirse casi sin lugar a dudas que la piratería existe desde que existe la navegación. Plutarco, hacia el año 100 de nuestra era, da la primera definición: los piratas son aquellos marinos que atacan sin autorización legal no sólo barcos, sino también ciudades costeras.
El corsario es un pirata con una autorización legal: un documento llamado patente de corso, otorgado por un estado, que autoriza a un particular o particulares a atacar barcos y puertos enemigos, usualmente compartiendo el botín.
Bucaneros y filibusteros son sinónimos de pirata, pero solamente en el ámbito del Caribe. La piratería en aguas americanas fue una clara expresión de los conflictos geopolíticos y religiosos europeos entre los siglos XVI y XVIII. La España católica era la gran potencia europea de la época, y era dueña de los tesoros de América. Sus principales rivales (Francia, y más adelante los estados protestantes de Inglaterra y Holanda) carecieron hasta bien entrado el siglo XVII del suficiente poder como para imponerle condiciones al orgulloso león ibérico, y entonces recurrieron a la guerra de corso en donde era más débil: en sus aisladas y mal defendidas posesiones del Nuevo Mundo y en sus demasiado extensas líneas de comunicación.
El caso holandés es especialmente interesante. Las Provincias Unidas eran una pequeña república sumida en una guerra de liberación casi permanente contra España desde 1568 hasta 1648. Los corsarios holandeses eran empleados de compañías dirigidas por la clase dirigente del país, respetables burgueses de Amsterdam o Rotterdam que (para nada por casualidad) también estaban dando nacimiento al sistema capitalista moderno. La participación en el botín estaba fijada por contrato, y hasta se preveía un sistema de compensación para los lisiados por heridas en combate.
El negocio era tan fabuloso que pronto hubo quienes se liberaron de las incómodas sociedades con los estados nacionales y los hombres de negocios y se lanzaron por la suya. Estos aventureros se unieron en sorprendentes hermandades igualitarias que trascendían las diferencias de idioma, raza y hasta de sexo (pues hubo capitanas piratas, como Anne Bonney y Mary Read) en pos de un sueño común: el oro ajeno.
La edad de oro de la piratería americana tuvo lugar en la última mitad del siglo XVII, en coincidencia con la acentuación de la decadencia del poder español. Pero como la ecuación de poder internacional cambió de signo, los piratas, con su molesta costumbre de a veces no hacer distinción de banderas cuando de robar se trataba, dejaron de ser un instrumento necesario y se transformaron en una molestia: hubo leyes inglesas contra la piratería en 1680 y 1699, y en 1716 se lanzó la campaña de exterminio definitiva. Para 1730, ya eran historia.
A partir de este momento, las historias de piratas fueron una más de las formas de cultivar la nostalgia. Paradójicamente, esto fue vital para el éxito masivo del género. Los autores pudieron comenzar a modelar y recrear los personajes a su arbitrio, atribuyéndoles una ferocidad o un espíritu caballeresco más acorde con las necesidades del texto que con la realidad histórica. De hecho, el ennoblecimiento de esta variante marítima del latrocinio facilitaba la identificación del lector con el pirata, operación de éxito casi imposible si el autor se atenía a la historia.
Este giro también tuvo sus aspectos políticos: los autores anglosajones (y luego el cine de Hollywood) se esforzaron por revestir de nobles ideales una actividad cuyo motor siempre fue la mera codicia. Y es que Inglaterra simplemente le debía demasiado a sus lobos de mar, como el famoso Sir Francis Drake. Así surgió el estereotipo del caballeresco pirata inglés que combate por la libertad, contrapuesto al del cruel gobernador español, casi siempre el padre de la única española bonita. Que, obviamente, se derrite por el filibustero.
En una imaginaria biblioteca de historias marinas, habría sin duda vastos anaqueles destinados a las ficciones literarias sobre piratas y corsarios, entre ellas, mi preferida, La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson. En esta web encontrarás algunas más: Ficciones literarias sobre piratas y corsarios.
El corsario es un pirata con una autorización legal: un documento llamado patente de corso, otorgado por un estado, que autoriza a un particular o particulares a atacar barcos y puertos enemigos, usualmente compartiendo el botín.
Bucaneros y filibusteros son sinónimos de pirata, pero solamente en el ámbito del Caribe. La piratería en aguas americanas fue una clara expresión de los conflictos geopolíticos y religiosos europeos entre los siglos XVI y XVIII. La España católica era la gran potencia europea de la época, y era dueña de los tesoros de América. Sus principales rivales (Francia, y más adelante los estados protestantes de Inglaterra y Holanda) carecieron hasta bien entrado el siglo XVII del suficiente poder como para imponerle condiciones al orgulloso león ibérico, y entonces recurrieron a la guerra de corso en donde era más débil: en sus aisladas y mal defendidas posesiones del Nuevo Mundo y en sus demasiado extensas líneas de comunicación.
El caso holandés es especialmente interesante. Las Provincias Unidas eran una pequeña república sumida en una guerra de liberación casi permanente contra España desde 1568 hasta 1648. Los corsarios holandeses eran empleados de compañías dirigidas por la clase dirigente del país, respetables burgueses de Amsterdam o Rotterdam que (para nada por casualidad) también estaban dando nacimiento al sistema capitalista moderno. La participación en el botín estaba fijada por contrato, y hasta se preveía un sistema de compensación para los lisiados por heridas en combate.
El negocio era tan fabuloso que pronto hubo quienes se liberaron de las incómodas sociedades con los estados nacionales y los hombres de negocios y se lanzaron por la suya. Estos aventureros se unieron en sorprendentes hermandades igualitarias que trascendían las diferencias de idioma, raza y hasta de sexo (pues hubo capitanas piratas, como Anne Bonney y Mary Read) en pos de un sueño común: el oro ajeno.
La edad de oro de la piratería americana tuvo lugar en la última mitad del siglo XVII, en coincidencia con la acentuación de la decadencia del poder español. Pero como la ecuación de poder internacional cambió de signo, los piratas, con su molesta costumbre de a veces no hacer distinción de banderas cuando de robar se trataba, dejaron de ser un instrumento necesario y se transformaron en una molestia: hubo leyes inglesas contra la piratería en 1680 y 1699, y en 1716 se lanzó la campaña de exterminio definitiva. Para 1730, ya eran historia.
A partir de este momento, las historias de piratas fueron una más de las formas de cultivar la nostalgia. Paradójicamente, esto fue vital para el éxito masivo del género. Los autores pudieron comenzar a modelar y recrear los personajes a su arbitrio, atribuyéndoles una ferocidad o un espíritu caballeresco más acorde con las necesidades del texto que con la realidad histórica. De hecho, el ennoblecimiento de esta variante marítima del latrocinio facilitaba la identificación del lector con el pirata, operación de éxito casi imposible si el autor se atenía a la historia.
Este giro también tuvo sus aspectos políticos: los autores anglosajones (y luego el cine de Hollywood) se esforzaron por revestir de nobles ideales una actividad cuyo motor siempre fue la mera codicia. Y es que Inglaterra simplemente le debía demasiado a sus lobos de mar, como el famoso Sir Francis Drake. Así surgió el estereotipo del caballeresco pirata inglés que combate por la libertad, contrapuesto al del cruel gobernador español, casi siempre el padre de la única española bonita. Que, obviamente, se derrite por el filibustero.
En una imaginaria biblioteca de historias marinas, habría sin duda vastos anaqueles destinados a las ficciones literarias sobre piratas y corsarios, entre ellas, mi preferida, La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson. En esta web encontrarás algunas más: Ficciones literarias sobre piratas y corsarios.
Los piratas siguen existiendo, al menos en Somalia, y el término "piratería" ha llegado hasta nuestros días para referirse a la copia y/o venta de obras culturales (literarias, musicales, audiovisuales, de software o invenciones) efectuada sin el consentimiento del titular de los derechos de autor o, en su defecto, sin autorización legal. Temas polémicos y de plena actualidad para debatir mientras esperamos la cuarta, la quinta o la sexta entrega de "Piratas del Caribe", no sé, yo me sigo quedando con Errol Flynn y con Iván Ferreiro.
¡Ah, y por las barbas de Satanás, pincha en las fotos para ver y oír más cosas!
5 comentarios:
Te ha quedado de primera la entrada. Aplausos miles.
He pinchado en las fotos, he oído a Sabina, he visto las otras páginas de Internet, con toda la información extra.
Ni imaginar lo que te habrá costado de hacer.
Abrazo
Pues no te creas que a mí me convence, después de darle vueltas y dedicarle un buen rato, me he dado por vencida y así la he plantado. Muchas gracias, Jose Jaime, por dedicarle tu tiempo. Espero que te encuentres bien. Un saludo.
Que interesante entrada, y ni que decir de las imágenes que son ¡estupendas!, te imagino elaborando cada detalle para compartirlo con todos tus lectores.
Felicidades, eres 'un garbanzo de a libra'
Cariños
Ro
¡Gracias, Ro! Con lectoras como tú cómo no me voy a esmerar... Por cierto, no conocía esa expresión ¡menudo garbanzo, con uno sólo basta para un cocido, jeje! Besos.
Muy currado el articulo y un tema calentito de actualidad.
Felicidades te habra llevado tiempo enlazar todo.
Un beso gatita.
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