jueves, 28 de junio de 2012

Poemas del Milenio XXXIX

























SOLILOQUIO DEL FARERO
Luis Cernuda (1902-1963)

Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en ti, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
Como quien busca amigos o ignorados amantes;
Diverso con el mundo,
Fui luz serena y anhelo desbocado,
Y en la lluvia sombría o en el sol evidente
Quería una verdad que a ti te traicionase,
Olvidando en mi afán
Cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
Como nubes sobre nubes de otoño desbordado
La luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
Te negué por bien poco;
Por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
Por quietas amistades de sillón y de gesto,
Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
Por los viejos placeres prohibidos
Como los permitidos nauseabundos,
Útiles solamente para el elegante salón susurrado,
En bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
Que yo fui,
Que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todo ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
Oigo sus oscuras imprecaciones,
Contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres.
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Pues ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre, su deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora.

(de Invocaciones, 1934 - 1935)

Ilustración: montaje a partir de ilustraciones de Carlos C. Laínez

martes, 26 de junio de 2012

The artists














































Gustav Klimt, Henri Matisse, Leonor Fini, Georges Malkine, Salvador Dalí, Alberto Giacometti, Pablo Picasso, Jean-Michel Basquiat, Andy Warhol.

Fotografía de Andy Warhol de Bruce Davidson

lunes, 25 de junio de 2012

Algo sobre el alma

























ALGO SOBRE EL ALMA

Alma se tiene a veces.
Nadie la posee sin pausa
y para siempre.

Día tras día,
años tras año
pueden transcurrir sin ella.

A veces sólo en el arrobo
y los miedos de la infancia
anida por más tiempo.
A veces nada más en el asombro
de haber envejecido.

Rara vez nos asiste
en las tareas pesadas,
como mover los muebles,
o recorrer caminos con zapatos apretados.

Cuando hay que cortar carne
o llenar solicitudes,
generalmente está de asueto.

De mil conversaciones
toma parte sólo en una
y no necesariamente,
pues prefiere el silencio.

Cuando el cuerpo nos empieza a doler y doler,
escapa sigilosamente de su hora de consulta.

Es algo quisquillosa:
con disgusto nos ve en la muchedumbre,
le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas
y el rumor de los negocios.

La alegría y la tristeza
no son para ella sentimientos distintos.
Sólo cuando se unen
está presente en nosotros.

Podemos contar con ella
cuando no estamos seguros de nada
y tenemos curiosidad por todo.

De los objetos materiales
le gustan los relojes con péndulo
y los espejos que trabajan afanososos
aunque no mire nadie.

No dice de dónde viene
ni cuándo se irá de nuevo,
pero evidentemente espera esa pregunta.

Según parece,
así como ella a nosotros,
nosotros a ella
también le servimos de algo.

Wislawa Szymborska

jueves, 21 de junio de 2012

El pintor de los desnudos carnales

 
Lucian Freud pintaba a las personas exactamente igual que a los animales, porque lo que le interesaba era traspasar la fachada protectora de la carne, hasta encontrar lo auténtico. De alguna manera, Lucian Freud continúa la tradición inaugurada por Sigmund Freud, su abuelo, de descubrir en las personas lo que está más allá de lo visible.

«No es importante —dijo— copiar apropiadamente al modelo. La pintura es todo lo que se siente sobre ella, todo lo que se piensa sobre ella, todo lo que se pone en ella cuando se la pinta.» 

Decía que las emociones son inútiles si no pasan por el filtro del escrutinio que busca la veracidad de la carne. Por eso, los personajes representados aparecen bajo una fuerte luz, y con una carnalidad muy perceptible, y altamente turbadora, en el caso de los desnudos.


Especializado en retratos, éstos son, la mayor parte de las veces, de la gente que conocía: amigos (fue gran amigo de Francis Bacon), mujeres, su madre, hijos, nietos, perros, él mismo... Lucian Freud decía que en sus retratos contaba todo lo que sentía y pensaba del modelo. Según él, las verdaderas obras de arte tienen el poder de implicarnos. Por eso, decía, pinto lo que "es" no lo que "veo".











miércoles, 20 de junio de 2012

Dedicatoria nerviosa



































Para Gatos Gatunos, porque le gustó la frase, y para Laura porque me recordó el dibujo ^-^

viernes, 15 de junio de 2012

Quotes









































Doris Lessing:  «No hay adónde ir, sino hacia dentro.»

Antón Chéjov: «Sólo durante los tiempos difíciles es donde las personas llegan a entender lo difícil que es ser dueño de sus sentimientos y pensamientos.»

Samuel Beckett:  «¿Qué es lo que sé sobre el destino del hombre? Podría decirte más cosas sobre rábanos.»

Alberto Moravia:  «Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado.»

Haruki Murakami:  «En el mundo hay cosas que es mejor no saber.»

Herman Hesse:  «Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible.»

Michel Foucault:  «En realidad, hay dos especies de utopías: las utopías proletarias socialistas que gozan de la propiedad de no realizarse nunca, y las utopías capitalistas que, desgraciadamente, tienden a realizarse con mucha frecuencia.»

Neil Gaiman:  «Soy la antivida, la bestia del juicio. Soy la oscuridad al fin de todo. Fin de universos, dioses, mundos... de todo. ¿Qué serás tú, soñador? La Esperanza

André Bazin: «El cine sustituye en nuestra mirada (el mundo real) por un mundo acorde con nuestros deseos.»

Allen Ginsberg: «He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura...»

Robert Crumb: «La gente me pone nervioso.»

miércoles, 13 de junio de 2012

Go your own way



GO YOUR OWN WAY
(Lindsey Buckingham)
Del álbum Rumours (1977) del grupo Fleetwood Mac


Amarte
no es una buena idea, 
¿cómo puedo cambiar las cosas? 
así es como me siento.

Si yo pudiera, 
cariño, te daría todo mi mundo, 
¿cómo puedo hacerlo
si tú no quieres creer en mí?

Puedes seguir tu propio camino, 
seguir tu propio camino.
Puedes llamarlo 
otro día solitario.
puedes seguir tu propio camino, 
seguir tu propio camino.

Dime por qué 
todo se vino abajo, 
hiciste la maleta, 
te has empeñado en cambiarlo todo.

Si yo pudiera, 
cariño, te daría todo mi mundo, 
empieza a explorar 
todas las cosas que te están esperando.

Puedes seguir tu propio camino, 
seguir tu propio camino.
Puedes llamarlo 
otro día solitario.

martes, 12 de junio de 2012

Poemas del Milenio XXXVIII


RIMA XXIV
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

Las ropas desceñidas,
desnudas las espadas,
en el dintel de oro de la puerta
dos ángeles velaban.

Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada,
y de las dobles rejas en el fondo
la vi confusa y blanca.

La vi como la imagen
que en el ensueño pasa,
como un rayo de luz tenue y difuso
que entre tinieblas nada.

Me sentí de un ardiente
deseo llena el alma;
como atrae un abismo, aquel misterio
hacia sí me arrastraba.

Mas, ¡ay!, que de los ángeles
parecían decirme las miradas:
-El umbral de esta puerta
sólo Dios lo traspasa. 

(de Rimas)

Fotografía: Antonio Somoza

lunes, 11 de junio de 2012

Luto en Marte

Artículo de Jacinto Antón, publicado en elpaís.com el pasado 6 de junio de 2012.

Luto en Marte y en nuestros corazones. La muerte el martes por la noche a los 91 años de Ray Bradbury, maestro de la ciencia ficción más lírica, les deja huérfanos a ellos, los marcianos de ojos amarillos en sus crepusculares canales de ensueño, pero también a todos los de aquí abajo, sus hijos lectores, los que hemos viajado con él en astronaves a las estrellas y hemos bebido el licor del verano de las infancias perdidas bajo los porches de la mítica Green Town, Illinois.

Bradbury, que dispone ya de un cráter en su honor en la luna y que pidió que sus cenizas sean esparcidas en el planeta rojo, será recordado por muchas cosas, por las Crónicas marcianas, esa excepcional colección de relatos sobre la colonización del planeta Marte que cambió para siempre el género fantástico y entusiasmó a Borges; por El vino del estío y La feria de las tinieblas, dos de las novelas más conmovedoras jamás escritas sobre el delicado momento en el que los niños descubren la existencia del tiempo, de la muerte y de la responsabilidad; por la distopía Farenheit 451 con su mundo de libros perseguidos por bomberos flamígeros pero salvados por lectores contumaces en una de las más hermosas fábulas sobre la perennidad de la lectura -un tema tan actual-. Se le recordará también por sus estremecedores cuentos sombríos, los de El país de octubre, que tanto han influido en autores de terror como Stephen King. Pero sobre todo recordaremos de Ray Bradbury su capacidad para mezclar en un combinado único la fantasía, la poesía, la maravilla, la nostalgia y la inocencia.

Criado en los sueños, esperanzas y pesadillas de los EE UU que pasaron en pocas generaciones de ser una sociedad básicamente rural a abrazar las más portentosas y abracadabrantes tecnologías, Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920) se entusiasmó, recelando al tiempo, con las novedades y artefactos, mostrando en sus historias lo prodigioso de la ciencia y a la vez advirtiendo de que el ser humano no debería perder su alma en aras de ella. "No debemos llevar nuestros pecados a otros mundos", le escuche decir en una ocasión, en su única visita a España, en 1991.

Era un gran moralista, con un lado indudablemente ingenuo y paternalista, incluso reaccionario, que a veces le lastraba, pero tenía el don de transportarte a un mundo de emociones y sentimientos prístinos e irresistibles. Sus diáfanas metáforas son como encajes de cristal que te arañan el corazón y te anegan los ojos de lágrimas.

Había sin embargo en él junto a la luz y el optimismo un lado oscuro, de miedo y culpa, en el que crecía fértil el musgo de lo espectral y de lo macabro. Pocos autores han escrito como Bradbury sobre la muerte y la pérdida. Es imposible recordar algunos de sus historias sin estremecerse, la del bebé asesino, la del perro que regresa de ultratumba, la del hombre que se hace cargo de la guadaña de la muerte y siega el campo de la vida hasta encontrar los tallos que son su mujer y sus hijos… En relatos y novelas esa sombra, ese otoño, es el contrapunto insoslayable de un gran canto vital de celebración de la existencia y de la belleza del universo.

 

En esencia, con toda su cultura y sabiduría, Bradbury -y él mismo lo reivindicaba- nunca dejó de ser un niño de 12 años, el asombrado y vivaz Douglas Spaulding con zapatillas de deporte nuevas de El vino del estío (1957), la preciosa novela en la que relató su infancia trasmutando su Waukegan natal en Green Town, su pequeña arcadia personal de cometas y zarzaparrilla. Ese lugar soñado hubo de abandonarlo a los 14 años cuando su padre, empleado ferroviario afectado por la depresión, se trasladó con la familia a Los Ángeles. Gran lector de literatura pulp, amante de los tebeos, empezó a publicar en fanzines y en 1941 vendió su primer cuento. En 1950 publicó la obra por la que será especialmente recordado, Crónicas marcianas, un conjunto de cuentos vagamente unidos por el nexo de la invasión humana de Marte que llenan de asombro y transpiran una atmósfera de sobrenatural melancolía y soledad. Cuando el año pasado visité la vieja casa de Bradbury junto a la playa de Venice, California, donde el escritor vivió con su mujer Maggie al casarse en 1947, no pude dejar de pensar en la influencia de esa pequeña Venecia con sus minúsculos canales en la creación del Marte de las crónicas. No hay mucha ciencia-ficción en el sentido convencional en el libro, como no la hay en sus otras novelas y en sus centenares de relatos, agrupados en títulos tan conocidos como El hombre ilustrado o Las doradas manzanas del sol. Una de las cumbres del género, Bradbury es sin embargo muy diferente de otros populares maestros contemporáneos suyos como Isaac Asimov (+1992) o Arthur C. Clarke (+2008). Solo ahora, releyendo, caigo en la cuenta de qué solos nos hemos quedado en el universo al completarse la pérdida de la gran tripleta espacial.

Poco sexo en Bradbury, les advierto, un autor que dejó escrito: "Igual que mi amigo Ray Harryhousen concentró toda su libido en los dinosaurios, yo la puse en los cohetes, en Marte, en los extraterrestres y en una o dos muchachas que cuando me decidía a leerles mis historias huyeron muertas de aburrimiento"

Algunos encuentran que su obra desde 1960 ya no está a la altura de sus grandes creaciones. Quién sabe, quizá hemos perdido la inocencia para valorarlo. Sea como sea, aquí y allá en las novelas y antologías publicadas a lo largo de este medio siglo saltaba la chispa incandescente del viejo Bradbury. Recuerdo un cuento genial sobre un hombre mosca y la emoción que provocaba el retorno a Green Town en la secuela El verano del adiós.

Escribió ensayos y poesía (no muy buena: su poesía estaba en su prosa). Tuvo una suerte desigual en el cine, un arte que amaba como solo pueden hacerlo los grandes soñadores. Ninguna de sus obras -llevadas también a la televisión, al teatro y a la ópera incluso- ha tenido una brillante plasmación en la pantalla si exceptuamos la versión de Truffaut de Fahrenheit 451 (1966), que precisamente a Bradbury no le satisfacía por "demasiado intelectual". Su gran colaboración con el séptimo arte y una aventura en sí misma fue sin duda escribir en 1953 el guion de Moby Dick para el turbulento John Huston. Bradbury leyó nueve veces la obra de Melville y la sintetizó prodigiosamente en 150 páginas. El proceso y la relación con Huston los evocó posteriormente en una novela, Sombras verdes, ballena blanca. La influencia de Ray Bradbury en el cine es enorme, baste con decir que Spielberg lo ha considerado su propio padre.

Cuando en 1991, durante un almuerzo, le pedí que me dedicara La feria de las tinieblas para mi hija que aún no había nacido, se empleó con simpática fruición encantado con el reto de conquistar a una lectora del futuro. Hoy, mirando al espacio con tristeza, siento en el alma no haber pensado en mis nietos.
 
Leer más:

Ilustraciones:
1 y 2 - Michael Whelan, Crónicas marcianas
3 - Tim Hamilton, Farenheit 451

jueves, 7 de junio de 2012

Musicats




PROTAGONISTAS: Jeff Buckley, Jimi Hendrix, Michael Jackson, Patti Smith, Keith Richards, Johnny Cash, Brett Anderson, Peter Gabriel & David Bowie, John Lee Hooker, Rod Stewart, Etta James, Siouxsie, Dionne Warwick, Brian Eno, Blur, Marilyn Manson, Joan Jett, Robert Smith, Brian Molko, REM, Syd Barrett, Frank Zappa, Pete Doherty.