viernes, 27 de diciembre de 2013
Si la Navidad fuese una película dirigida por...
A los aficionados al cine, seguramente, les gustará. En Francia, un grupo de actores ha hecho un cortometraje en el que interpretaron la misma escena (la vida de una familia el día de Navidad) de acuerdo a los códigos cinematográficos de los más grandes directores.
En la mañana de Navidad se reconoce al instante el estilo de Woody Allen, Stanley Kubrick, Steven Spielberg y otros, gracias al montaje y edición que hicieron los actores. ¿Cuál es vuestro preferido?
¡Felices Fiestas!
martes, 12 de noviembre de 2013
Me gustaría...
Me gustaría ser un nido si fueras un pajarito
me gustaría ser una bufanda si fueras un cuello y tuvieras frío
si fueras música yo sería un oído
si fueras agua yo sería un vaso
si fueras luz yo sería un ojo
si fueras pie yo sería un calcetín
si fueras el mar yo sería una playa
y si fueras todavía el mar yo sería un pez
y nadaría por ti
y si fueras el mar yo sería sal
y si yo fuera sal
tú serías una lechuga
una palta o al menos un huevo frito
y si tú fueras un huevo frito
yo sería un pedazo de pan
y si yo fuera un pedazo de pan
tú serías mantequilla o mermelada
y si tú fueras mermelada
yo sería el durazno de la mermelada
y si yo fuera un durazno
tú serías un árbol
y si tú fueras un árbol
yo sería tu savia y correría
por tus brazos como sangre
y si yo fuera sangre
viviría en tu corazón.
Poema para una joven amiga que intentó quitarse la vida
Claudio Bertoni
Ilustración: Mike Stilkey
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Mike Stilkey
domingo, 10 de noviembre de 2013
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Adicta a las series II
"Si mi vida fuera una película, me dormiría o me marcharía..." (Brenda a Nate en "A dos metros bajo tierra")
(Serie creada por Alan Ball, 2001-2005)
martes, 5 de noviembre de 2013
Camus, mi padre
Hasta que murió, no supe que papá era célebre. Lo entendí a su muerte. Es desagradable. Para mí, era mi padre. Gracioso, tan gracioso. Adoraba su risa. Para los demás, Albert Camus era un mito, no un padre. La fama, de la que yo no era consciente y de la que siempre nos preservó, cayó sobre mi hermano y sobre mí y nos aplastó. Yo tenía 14 años. Nadie, pero nadie, pensó que pudiera sentir pena. Ni siquiera mamá, destrozada. Inmediatamente después de la muerte de papá, me dijo que habría que operar a Ágata, la gata que papá me regaló cuando yo era pequeña. Aún me parece oírle canturrear: "Ágata, mi gata, que tiene unas bonitas patas…". Siempre tuvo gatitos -hasta los gatos eran libres en casa-, y nos quedábamos con las crías durante dos meses antes de regalarlas. Yo adoraba los gatitos. Mamá me dijo: "¿Qué vamos a hacer con ellos? Tu padre los regalaba. A nosotras no nos los aceptarán". Tenía razón. Comprendí entonces la vida. Y mamá hizo que operaran a la gata.
Se me planteaba un problema cuando en la escuela me preguntaban por el oficio de mi padre y yo respondía "escritor". Carpintero es un oficio, ¿pero escritor? Un hombre que se queda en casa para "hacer garabatos" en su despacho es algo muy parecido a gandul… Nos decían que no le molestáramos. Cuando lo hacíamos, casi nunca le importaba. Atento, severo también, sobre la forma de comportarse, de comer y sobre el respeto hacia los demás. Prefería con mucho las cachetadas de mi madre o de mi abuela. Cuando hacía una tontería, sabía el precio. Pagaba y, tranquilamente, volvía a empezar de cero. Con papá, bastaba una mirada de sus ojos verde marrón y de algunas palabras para que me sintiera a ras del suelo. Cuando le dije que quería hacer mi primera comunión, me preguntó si era porque creía en Dios o porque deseaba una ropa bonita y algunos regalos. De inmediato, comprendí que había cedido. "¿Crees que vas a estar guapa?" Para él, si teníamos un techo y libros, poseíamos todo lo que necesitábamos. En casa no sabíamos qué era lo superfluo. Había que pedir regalos útiles. Una cartera para Navidades, incluso una bonita cartera, no era algo desmesurado. El último regalo de cumpleaños que me hizo mi padre fue un buró. Un hermoso buró, por supuesto… Cuando estuve muy enferma, me regaló un tocadiscos. No era su estilo y por eso me convencí de que iba a morir.
Había una señora que ayudaba a mamá. Nosotras hacíamos las camas, limpiábamos los zapatos y estábamos al servicio de esa señora. Era normal. De manera indirecta, mi padre quería que le manifestáramos el respeto por el oficio de su madre: mujer de la limpieza. Pobres, muy pobres, ni siquiera sabían que existía otra cosa. En algún lugar mi padre escribió que "la inteligencia de los oprimidos va a lo esencial". Lo esencial, en este caso, era saber si tenían el suficiente dinero para comer. No mañana, sino la misma noche. Era un mundo reducido, replegado, él se encontraba mejor fuera que dentro. Es un muchacho de Belcourt. Con sus compañeros, iba detrás de la carreta del señor Galoufa, el hombre de la perrera, para liberar a gatos y perros vagabundos. Al igual que todos los del barrio, hablaba el pataouète, el dialecto de los franceses de Argelia. El francés para él fue una conquista. ¡A los once años!, acaba la escuela primaria: su abuela quiere que trabaje para aportar algún dinerillo a la casa. Sin embargo, su maestro, Louis Germain, se había fijado en mi padre. Aboga por él y gana: papa estudiará. En el instituto y por primera vez conoce la injusticia. El barranco entre el mundo de los demás y el suyo. Más adelante, será lo mismo en Saint-Germain-des-Près. Le miran como a un piojoso y mi padre no se veía como un piojoso. Era fuerte de espíritu, pero la injusticia siempre está presente. En las fotos, la mayoría de los alumnos llevaban chalinas, esas corbatas de grandes nudos. Él no. Libre ya. Nació a la vida, creo, cuando más adelante dijo que "está la belleza y los humillados" y que no quiere "ser infiel ni a la primera ni a los segundos".
A los 17 años empezó a escupir sangre. Tuberculosis. Enfermedad mortal, enfermedad vergonzante. En esa época los tísicos se morían y eran tratados como apestados. Hasta entonces no había tenido nada, pero tenía la vida. Le parecía natural. Pero supo que incluso la vida no era tan normal. Se ve obligado a abandonar el fútbol que tanto le gustaba. Era portero. Lo llamaban "A ras de tierra", porque tardó en crecer. La playa de Sablettes, el mar, el sol y un increíble sentimiento de libertad en el que se mezclan el cuerpo de las mujeres, el compromiso y, desde entonces, el teatro. Y el periodismo en Argel républicain. Más adelante, escribió: "La pobreza, al principio, no fue una desgracia para mí: la luz repartía sus riquezas".
A los 23 años, y eso parece increíblemente moderno en la sociedad colonial de los años 1930, alquila una casa junto con tres mujeres, dos de ellas homosexuales. Una casa con terraza sobre la bahía de Argel. Tiene un perro, Kirk, en homenaje a Kierkegaard. Decidió que iba a escribir. Por primera vez, publica El revés y el derecho, con una tirada de 350 ejemplares. A través de una amiga de Orán conoció en 1937 a mi madre, Francine Faure. Mamá estudiaba Matemáticas en Argel. Era pianista. Nunca me contó nada de sus primeros años con mi padre. Solo sé que siempre le quiso. Creo que él también. Hubo otras mujeres y otros amores, pero nunca la dejó. Creo que eran profundamente amigos y solidarios. Les veían como hermanos. Pienso que no era muy feliz, pero no creo que mi padre fuese el único responsable. Me dijo que siempre se habían querido y que nunca se trató de algo mediocre.
El 1 de noviembre de 1936, fundó con su amigo Pascal Pia el periódico Argel républicain. Sirvió para comer pan y sardinas… Allí publicó su serie de reportajes Miseria en la Kabilia. Se interesa por la justicia, las injusticias, los sucesos. No se lo perdonaron. Censuraron el periódico. No encuentra trabajo y se ve obligado a abandonar Argelia y marcharse a París en 1940. Trabaja en Paris-Soir, periódico "deslocalizado" en Lyon, ciudad en la que se casan mis padres. Los empleados del periódico le regalan a mamá un ramo de violetas.
Papá, víctima de una recaída de la tuberculosis, se ve obligado a instalarse en la región de Chambon-sur-Lignon, en el Pannelier. En las granjas de los alrededores, 5000 niños judíos serán ocultados y salvados por los campesinos. La Resistencia está por los alrededores y papá se une a ellos: "Lo pensé mucho y lo hice con plena conciencia, porque era mi deber". Se compromete con el movimiento Combat de Henri Frenay. Fue, al mismo tiempo, lector en la editorial Gallimard y editorialista del periódico clandestino. El riesgo era enorme. Dispone de papeles falsos bajo el nombre de "Albert Mathé", natural de Épinay-sur-Orge, hijo de Jacques y Madeleine, de profesión "redactor". Amigos suyos fueron detenidos, deportados. Algunos no regresaron. Por eso siempre dijo que no quería ser condecorado con la medalla de la Resistencia.
En 1944, mi madre conoce a María Casares. Trabajan juntos en el teatro. Su pasión amorosa es devoradora. Cuando mamá regresa de Argelia, ni mi padre ni mi madre saben cómo será el reencuentro. André Gide le alquila un piso a mi padre en la calle Vaneau. Mamá me contaba que hacía tanto frío que se formaba hielo entre las ranuras del parqué. Como quiera que fuese, mis padres debieron reencontrarse, puesto que algunos meses más tarde, en septiembre de 1945, nacimos mi hermano gemelo Jean y yo.
Papá sigue escribiendo sus libros, sus obras de teatro. María interpreta. No es asunto mío, es la vida. En casa nunca oí una sola palabra contra María. La conocí por los años 80, tras la muerte de mi madre. Yo estaba en Niza donde ella interpretaba una obra. Le envié un recado al teatro. Hablamos mucho. Nos sentíamos bien juntas. Era tan viva, cálida, alegre. Comimos chocolate. Fumaba y tenía unos accesos de tos espantosos. Al apagar un cigarrillo, de inmediato encendía otro. Mi padre y ella se parecían. Tenían el mismo amor loco por la vida, a pesar de los pesares. Resistían y la aprovechaban.
Tras la Liberación, mi padre se ve mucho con Sartre y con Beauvoir. En Saint-Germain-des-Près era una fiesta continua, bailaban y también se emborrachaban. Sin embargo, mi padre siempre tuvo la impresión de desentonar entre ellos. Es mediterráneo, nunca estudió en la École Normale y su origen no es burgués. No es del todo falso le hecho de que Sartre lo tratara de "golfillo de las calles": tenía la impresión de que se encanallaba al estar junto a su compañero Camus.
Mire esa foto de Brassaï: mi padre había puesto en escena una obra de Picasso, El deseo atrapado por la cola. Ahí están Lacan, Cécile Eluard, Picasso, Valentine Hugo, los Leiris, Sartre y Beauvoir. ¿Hacia quién dirige la mirada mi padre? Al perro.
Escribir es exponerse al malentendido y no a ser entendido. Mi padre lo sabía. Yo era una niña, pero sentía la agresividad a su alrededor. En 1951, con El hombre rebelde sacude un tabú. En aquella época no se podía uno meter con la Unión Soviética, aunque todo el mundo sabía de la existencia del gulag. Lo hacían, según decían, en nombre de la buena causa. Se callaban. Él decidió hablar. Y eso no gusta. Un día -más adelante, comprendí que fue después de la terrible polémica con Les Temps modernes cuando Francis Jeanson, por orden de Sartre, machacó el libro con increíble violencia-, un día, digo, me encuentro a mi padre en el salón, sentado en un sillón y con la cabeza gacha. Le dije: "¿Estás triste, papá?". Levanta la cabeza, me mira a los ojos y me contesta: "No, estoy solo". Nunca lo he olvidado, de tanto cómo me sublevaba. No sabía cómo decirle que conmigo no podía estar solo.
Cuando le dieron el Nobel, le pareció que era demasiado joven. "Personalmente, habría votado por Malraux". Ese día, en el instituto, todo el mundo me miraba de una forma extraña. Le pregunté a una compañera si yo tenía el dobladillo descosido o algo raro. Se rió: "¡Apareces en el Paris-Match!" A mí el Paris-Match no me decía nada. No se leía en casa. No medí lo que pasaba. Mi padre se negó a llevarnos a Estocolmo a mi hermano y a mí, porque no veía la razón por la que la Academia Nobel debía pagarnos el viaje. Alquiló un esmoquin y le regaló a mamá un precioso vestido de color marfil de Balmain. Lo conservo y está un poco más color crema. Se fueron a Estocolmo ante los ojos del mundo entero. Dedicó su discurso a Louis Germain, su maestro de Argel.
Tenía su escritorio en la habitación. Papá escribía de pie, con tinta negra o azul. Pero es aquí en esta terraza, sentado en el suelo, por la mañana temprano, donde escribió El primer hombre. Frente al ciprés que sigue estando ahí.
Declaraciones de Catherine Camus recogidas por Agathe Logeart para Le Nouvel Observateur (19-XI-09). Traducción de Antonio Álvarez de la Rosa.
Fuente: laopinion.es
¡Gracias, Noemí!
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lunes, 4 de noviembre de 2013
En el aniversario de Camus
A veces ando por ahí compadeciéndome, al tiempo que un fuerte viento me eleva por el cielo.
Proverbio Ojibwe
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Citas
domingo, 3 de noviembre de 2013
Eterno Lou
A nuestros vecinos:
¡Qué otoño tan maravilloso! Todo reluciente y dorado y toda esa increíble luz suave. El agua nos rodea.
Durante los últimos años Lou y yo pasamos tiempo aquí, y aunque somos gente de ciudad este es nuestro hogar espiritual.
La semana pasada le prometí a Lou que lo sacaría del hospital y volveríamos a casa a Springs. ¡Y lo conseguimos!
Lou era un maestro de tai chi y pasó sus últimos días aquí feliz y deslumbrado por la belleza y el poder y dulzura de la naturaleza. Murió el domingo por la mañana mirando a los árboles y haciendo la famosa posición 21 del tai chi con tan solo sus manos de músico moviéndose en el aire.
Lou era un príncipe y un guerrero y sé que sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo llenarán a muchas personas con la extraordinaria alegría de vivir que él tenía. Larga vida a la belleza que desciende y perdura y que se adentra en todos nosotros.
Laurie Anderson
Su amante esposa y eterna amiga
Fuente: elpaís
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Lou Reed
domingo, 27 de octubre de 2013
Coney Island Baby
4 de octubre en Landmark Hotel
-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.
Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.
20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.
La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas. y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.
El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.
Benjamín Prado
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lunes, 21 de octubre de 2013
domingo, 20 de octubre de 2013
Poema para tiempos oscuros
Girando y girando en espiral creciente
el halcón no puede oír al halconero;
todo se derrumba, el centro no se sostiene;
la pura anarquía se desata sobre el mundo,
la marea turbia de sangre se desata y en todas partes
la ceremonia de la inocencia se ahoga;
los mejores carecen de convicciones, y los peores
están llenos de apasionada intensidad.
Seguramente alguna revelación está próxima;
seguramente el Segundo Advenimiento está próximo.
¡El Segundo Advenimiento! Apenas pronunciadas esas palabras
una enorme imagen emanada del Spiritus Mundi
empaña mi visión: en algún lugar en las arenas del desierto
una figura con cuerpo de león y cabeza de hombre,
una mirada vacía y despiadada como el sol,
mueve sus lentos muslos, mientras alrededor
se tambalean las sombras de los indignados pájaros del desierto.
La oscuridad cae de nuevo; pero ahora sé
que veinte siglos de sueño de piedra
fueron perturbados hasta la pesadilla por una cuna que se mece,
¿y qué bestia áspera, llegada su hora al fin
se arrastra hacia Belén para nacer?
El segundo advenimiento
William Butler Yeats
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