miércoles, 13 de abril de 2011

Galácticos



Acaso el siamés del cuento “El idioma de los gatos”, de Spencer Holst, no faltaba a la verdad cuando le explicó esto al caballero científico:

«Miles de años atrás, los gatos tenían una tremenda civilización; tenían un gobierno mundial que funcionaba perfectamente; tenían naves espaciales y habían investigado el universo; tenían grandes plantas energéticas que utilizaban una energía que no era atómica; no necesitaban ni radios ni televisión, porque usaban una especie de telepatía y algunos otros portentos.

Pero una cosa que los gatos descubrieron fue que la imporancia de cualquier experiencia dependía de la intensidad con la cual era vivida. Se dieron cuenta de que su civilización se había vuelto demaiado compleja, de modo que decidieron simplificar sus vidas. Por supuesto, no pretendieron tan sólo "volver a la naturaleza" -eso habría sido demasiado-, así que crearon una raza de robots para que los cuidaran.



Estos robots eran un progreso, mecánicamente estaban por encima de cualquier cosa producida por la naturaleza. Un par de sus más grandes inventos fueron el "pulgar oponible" y la "postura erguida". No quisieron molestarse en arreglar los robots cuando se rompían, de modo que les dieron una inteligencia elemental y la facultad de reproducirse.

Por supuesto, nosotros somos los robots a los que el gato se refería.

En ese momento, el caballero que llevaba un tiempo estudiando los maullidos de mil gatos e incluso había aprendido a ronronear, entendió perfectamente por qué estos felinos solían ser tan desdeñosos con los que se creían sus amos.»

Luego se descubrió que el siamés estaba loco; atención a la lista de reglas que le entregó al caballero:

NO PATEES A LOS GATOS.
NADA DE GUERRAS ATÓMICAS.
NADA DE TRAMPAS PARA RATONES.

MATA A LOS PERROS.

Sin embargo, su fantástica historia vale para entender que, la humanidad, en vez de estar dividida entre gatófilos y perrófilos –como habitualmente se suele afirmar–, lo está entre las personas que los gatos aceptan y las que son rechazadas por ellos sin motivo aparente.

Porque estas bellas y cimbreantes bestias cuyo esqueleto de doscientos y pico de huesos es sostenido por más de quinientos músculos, se toman la libertad de elegir incluso a quienes merecen hacerles una caricia al pasar.

Fragmento de un artículo de Moira Soto

Leer más: “El idioma de los gatos”, de Spencer Holst

Imágenes 1 y 2: Linda Bucklin

3 comentarios:

Cuarzo dijo...

Muy bueno el cuento me ha gustado y muy acertado lo de los robot.
Totalmente de acuerdo me identifico como Robot.

Un beso, guapa.

Cati dijo...

No he puesto el cuento entero porque es muy largo, pero es muy divertido y surrealista. Un beso ¡I Robot!

Alexandre Vaudeville dijo...

jaja, que curiosa historia, no la conocía, como tampoco al escritor, que veo que como mínimo es interesante, al menos sus cuentos, bueno al menos han llegafo aquí traducidos.

Saludos.