viernes, 13 de febrero de 2009

Queremos tanto a Julio

El gran cronopio
Ayer se cumplieron 25 años de la muerte de
Julio Cortázar en París. Va por ti, maestro...
«Poco antes de morir, Julio Cortázar hizo un viaje por España, poseído por la melancolía desconsolada producida por la muerte de su última mujer, Carol Dunlop; estuvo con amigos suyos en Segovia, fue abordado por guardias civiles que querían su autógrafo, y pasó por Madrid y Barcelona. En Barcelona tuvo un encuentro que él contó luego en una de las últimas entrevistas que dio, a The Paris Review.

Contaba en esa entrevista Cortázar que en el barrio gótico de la Ciudad Condal se había detenido a escuchar un concierto de una joven que cantaba como Joan Baez. Escondido en la oscuridad de la calle, harto de que le abordaran para tener su autógrafo, este hombre de casi dos metros se vio asaltado por un joven que le ofreció una torta. "Julio, toma un pedazo", le dijo el chico.

Cortázar se hizo a un lado; era, desde que fue un chiquillo, un hombre tímido; no le gustaban las fiestas ni los saraos literarios; por no estar en ningún sitio fijo fue capaz de renunciar incluso a los empleos Loco por el jazzfijos. Así que allí estaba, en Barcelona, tímido siempre, y enfermo, escuchando a una chica que cantaba como Joan Baez, y deseando desaparecer del camino del joven que le ofrecía el pastel. Hasta que se convenció de que debía tomarlo. Y le dijo al chico: "Muchas gracias por acercarte y convidarme".

Fue entonces cuando el joven le dijo a Julio Cortázar lo que muchos de los que lo leímos le hubiéramos dicho en ese sitio o en el limbo si existiera y fuera el sitio donde ahora estuviera mirando: "Pero, escucha, te di muy poco comparado con lo que tú me diste a mí".

Julio le dijo: "No digas eso, no digas eso", y le comentó después a quien le hizo esta entrevista (Jason Weis), quizá la penúltima: "Y nos abrazamos y él se alejó. Bien, cosas como éstas son las mejores recompensas de mi trabajo como escritor. Que un muchacho o una chica se acerquen a hablarme y a ofrecerme un pedazo de torta, es maravilloso. Así vale la pena el trabajo de escribir".

Fuente: elpais.com, Juan Cruz, La plenitud intermitente de Rayuela.



«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua

(Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 7.)

Fotografía: Robert Doisneau, El beso del Ayuntamiento (Le baiser de l’hôtel de ville)

Escuchar: Joan Baez, Farewell Angelina

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un gran tipo, no se si sabras que murio de amor, me ha gustado chao gatita, un beso.